Septiembre, 2020
Sabemos que el mundo no es perfecto y, si lo pensamos bien, siempre va a haber algo de lo cual quejarse. Cuando las cosas no ocurren como lo esperamos, no solo nos quejamos de lo que pasa, sino que solemos buscar algún culpable.
Al descargar en los demás nuestros motivos de queja, momentáneamente sentimos alivio: “las personas que no usan cubrebocas tienen la culpa de que haya tantos contagios”. Sin embargo, aunque tengamos razón, cuando juzgamos las equivocaciones de los demás no nos sentimos felices y es como si nos envolviera una bola de frustración, ira y descontento. Cuando criticamos la forma de actuar de los demás, estamos enfocando un suceso hacia otra persona, pero en realidad no estamos afrontando nuestro problema. El conflicto se vuelve nuestro porque es nuestra propia mente la que se está quejando y la que está perdiendo su estabilidad, su paz; entonces se experimenta un desasociego que no necesariamente experimentan quienes culpamos.
Ir por la vida quejándonos de las cosas y encontrando culpables no nos da estabilidad y de algún modo nos hace sufrir.
La queja sistemática favorece una tendencia hacia el descontento permanente. La fuente real de la queja y la culpa proviene precisamente de nuestro descontento, el cual es una forma de inestabilidad mental.
La culpa y la vergüenza son catalogadas, desde el punto de vista cognitivo, como emociones negativas. Según algunas teorías, la culpa se refiere a las acciones de un individuo, mientras que la vergüenza está relacionada con el individuo como un todo; sin embargo, esta diferenciación es controvertida, ya que la culpa y la vergüenza surgen juntas con bastante frecuencia. Además, los aspectos que diferencian estas dos emociones son inconsistentes. 1
Recientemente se han podido cuantificar los niveles interpersonales de culpabilidad y propensión a la vergüenza mediante estudios de resonancia magnética. Más allá de la culpa interpersonal, los niveles más altos de propensión a la vergüenza se asocian con un grosor más delgado de la corteza cingulada posterior y un volumen más pequeño de la amígdala. 2 Los fundamentos neurobiológicos de la experiencia de la culpa y la vergüenza también apuntan a que estas emociones parecen estar asociadas con la actividad de la ínsula anterior (Figura 1), de acuerdo con 21 estudios de resonancia magnética funcional y estructural, y de tomografía por emisión de positrones. 3 Más específicamente, la condición de vergüenza se asocia con la activación de la corteza cingulada anterior y el giro parahipocampal, mientras que la condición de culpa se vincula con la actividad del giro fusiforme y temporal medio. 4
Una herramienta útil para tratar el desontento y las emociones negativas como la queja y la culpa es la meditación, pues nos permite conocer mejor nuestra mente y combatir las tendencias que están arraigadas.
A través de la meditación podemos morar en el momento presente, ser capaces de percibir las cosas con mucha mayor claridad y advertir aquellos aspectos de nosotros mismos de los que ni siquiera somos conscientes; además, nos permite aprender a desarrollar una mente inteligente, capaz de discernir de forma consciente entre lo que hay que tomar y lo que hay que abandonar, de manera que podemos ir creando un hábito mental que nos proporcione mayor bienestar.
Texto revisado por: Tenzin Yampel, monje budista y guía de meditación: @tenzinyamin